“Recuerda que has de llevar los libros de tu padre y de tu hermano a la biblioteca”.Las palabras de su madre aun resonaban en su mente. No es que el echo de ir a la biblioteca le molestase, aunque esta se encontrara a unos cuantos kilómetros. Lo que realmente le reventaba era que iba a cargar unos libros cuatro kilómetros que no había leído y después tendría que desandar el camino recorrido.
No le sorprendió en absoluto que no hubiera nadie rondando la biblioteca porque, ¿quién se acercaría un sábado a la biblioteca en busca de un libro en vez de quedarse durmiendo cómodamente en sus camas? Nadie. Una vez traspasadas las puertas, un simpático recepcionista le indicó donde debía de entregar los libros, y hacia allí encaminó sus pasos.
Las devoluciones se encontraban a más bien poca distancia. Un poco antes, se había tropezado con la sección de terror. Siempre le habían fascinado esas breves y largas historias de sangre en algunas ocasiones, y desesperanza en otras. Era una gran aficionada a esos relatos. Ahora que había devuelto los libros, podía internarse un poco.
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